[FOTO GALERÍA] Parroquia San Isidro. III Exaltación. Darío Iglesias Muñoz. Virgen del Rosario
La hermandad de San Isidro Labrador y Nuestra Señora del Rosario celebró, anoche, su III Exaltación a la Virgen del Rosario, patrona de Los Barrios con motivo de su festividad el próximo 7 de octubre.
La presentación de Iglesia fue realizada por Enrique García Bravo, amigo del exaltador que destacó las cualidades como persona comprometida con la sociedad de su tiempo.
La parroquia San Isidro Labrador presentó un lleno absoluto. La exaltación conto con la participación del Grupo de Cámara de la Banda de Música Maestro Infantes y del dúo Nelson y Coral.
Durante su disertación se realizó un emotivo homenaje a todas las personas que fallecieron durante esta pandemia, con la ofrenda de una rosa blanca que fue depositada en el altar mayor y que fue entregada por representantes de la sociedad barreña.
A la exaltación no faltaron feligreses, amigos, alcalde de Los Barrios, párroco Juan José Mateos Castro, sacerdote adscrito a la parroquia Jesús Casado, presidente del Consejo Local de Hermandades José Luis Domínguez, hermano Mayor de la Hermandad de San Isidro y Nuestra Señora del Rosario Antonio Muñoz, autoridades civiles y militares.
Texto integro de su exaltación:
EXALTACIÓN A NTRA. SRA. DEL ROSARIO
PATRONA DE LA VILLA DE LOS BARRIOS
Sábado 2 de Octubre de 2021
SALUDO A LA VIRGEN MARÍA
Como todo lo que tenemos los cristianos, el inventor principal es siempre Dios, que es quien inspira las cosas en el corazón de sus hijos. Por eso, el primero que se le ocurrió saludar a María fue Él, que por boca de su mensajero le dijo: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo”. Este saludo, lo completó luego una parienta de María, su prima Isabel, que también la saludó diciéndole: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Luego, se le añadió aquello que los cristianos de Éfeso cantaron por las calles en el año 431, tras otorgarle a la Virgen María el título de “Madre de Dios”. Salieron cantando: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores”. Y años más tarde, en el siglo XIV, cuando la peste negra asolaba a Europa, los mismos cristianos acabaron la invocación añadiéndole: “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Así, la costumbre de saludar a María y de invocarla, es cosa de Dios y de los cristianos desde siempre. Por eso, ahora, imitando a Dios y a todos los cristianos extendidos por toda la tierra desde siglos inmemoriales, saludamos todos a nuestra Madre del cielo diciéndole: Dios te salve María, llena eres de gracia…
PLEGARIA A NTRA. SRA. DEL ROSARIO
Que Dios te salve María,
Sagrario de la Trinidad,
Auxilio de los Cristianos,
Reina y Señora de la Paz.
En derredor a tu cuerpo
¡qué olor se derrama!
a nardo y a rosa,
jazmín y albahaca,
perfumes de Madre,
de Reina, de Dama.
Que Dios te salve, Rosario,
Estrella de la mañana
Refugio para este pueblo,
Flor de las flores, carita de nácar.
Que Dios te Salve, Pastora,
aquí me tienes a tus plantas
escucha mis versos,
que en son de plegaria,
vienen a pedirte
que aguarde mi alma
tu dulce cayado y
tu manto de gracia.
Hazme con tus besos
esquila de plata
y pon en mi cuerpo
tu escudo por marca
y así todos vean
que este barreño,
barreño por gracia,
te tiene por Madre,
por Luz y Esperanza.
Que Dios te salve, María,
consuelo en la encrucijada
Madre del buen consejo,
abrigo de nuestras almas.
Cuando sea el invierno,
el de las noches largas,
con lluvia y tormenta,
que tanto amedrantan,
tus brazos de Madre
refugio me hagan.
Y a ese tu Hijo
al que tus brazos aguardan,
me mire con ternura
apaciente mi alma,
me lleve de su mano,
y perdone mis faltas.
Y cuando llegue el punto de acabar mi vida,
y el poster suspiro mi organismo exhale,
cuando llegue el día de abrazarte, Madre,
de abrazar mi alma, a tu alma amante,
un beso, una caricia, última plegaria
de mis emociones espirituales.
Amén.
AGRADECIMIENTO
Qué resonante mudez. Qué estruendo sigilo. Qué elocuente silencio el vuestro. Todos los aquí presentes, encendiendo vuestro espíritu creyente y barreño, hacéis silencio para que, otro año más, se pueda cumplir con este ritual de ensueño y esta Exaltación marque el tiempo que supone el reencuentro con nuestra memoria, con una Madre y con un pueblo.
Gracias querido Enrique por tus palabras escritas con la pluma del cariño y la caligrafía del corazón; un corazón que palpita, en estos momentos de tu vida, al ritmo de África y del amor. Es para mí un honor contar con tu presentación en esta tarde pero más me honra contar con tu amistad verdadera, aquella que se fraguara bajo la rama de olivo de una Virgen vejeriega, entre los viejos muros de san Bartolomé y a orillas de una ciudad trimilenaria, abrazada por el mar, de barrios castizos y calles estrechas, de campanarios y casas blancas que, al atardecer, el sol pinta de naranja dibujando en ellas la más bellas de las acuarelas. Esa ciudad donde a Dios le dio por pasear. Gracias por haber hecho lo posible y lo imposible por estar hoy aquí.
Gracias a la Hermandad de San Isidro Labrador y Ntra. Sra. del Rosario, especialmente, a su hermano mayor, por haber confiado en mí para Exaltar, por medio de mis torpes palabras, a la Patrona de esta bendita tierra. Usar la palabra humana para hablar de lo Trascendente y lo Sagrado, no deja de ser un atrevimiento, un balbuceo, darle manotazos a las palabras, a veces, de manera incierta.
Y gracias a todos los que en esta tarde estáis aquí presentes.
Dicen que “es de bien nacido el ser agradecido”. Yo, hoy, quiero pertenecer al grupo de los “bien nacidos” y agradecer a tantas personas que, día a día, me brindan su cariño y amistad. Gracias de corazón.
DEDICATORIA DE LA EXALTACIÓN
¿Cómo decir que no a una propuesta tan sublime y loable como es la de honrar y exaltar a una Madre?, ¿cómo decir un no por respuesta a un placer tan humano y tan divino como piropear a la que es experta en amor y ternura, la Madre de Dios, la Virgen Pura? ¿Cómo decirle que no a Aquella que me ha visto de niño crecer y andar a su vera, con alba blanca, tan de cerca, vacilando, a veces, mi fe? Lo pensé. Me imaginé hoy aquí y no me veía. Pero la verdad verdadera es que no pude decir que no a este brindis en honor a María.
Barreños y barreñas, perdónenme que insista, disculpen estas torpes palabras, que en honores a María, hoy traigo ante vosotros desnudando el alma mía. Y como en nuestra geometría sentimental, la distancia más corta entre dos puntos es la caricia de un recuerdo, traeré desde esa mismísima puerta de ensueño, la voz y el sentimiento de este pueblo barreño. Vengo, con la ilusión y el ánimo que muchos de vosotros me habéis transmitido, con la certeza de no dejaros una inmortal pieza literaria pero con el convencimiento de contaros lo que siento y de transmitiros el sentir de un pueblo, de los que se fueron hacia patrias eternales y de los que, aún seguimos, hasta que el reloj del tiempo diga “hasta aquí, querido amigo”.
Vengo con los sentimientos y el recuerdo del ayer, con los gozos y fatigas
del presente y con las esperanzas de un futuro que pinta incierto. Hoy vengo revestido con los ornamentos del corazón y la palabra sentida de quienes me precedieron. Vengo con el sentir de un pueblo y de unos días
marianos que quizás ya no existan, o sí, o tal vez lo estén en el recuerdo de unos pocos, aún quedan algunos, de los que honran a este pueblo y a su Madre, con la fe sencilla y unos corazones grandes.
Permítanme ahora, la osadía, de dedicar estas palabras mías y alzar un brindis de corazón, a aquellos que partieron de este mundo a causa de esta pandemia. Dos años van de dolor. Aquella gente que abandonó esta tierra como un alma voladora, a destiempo y a deshora, algunas de ellas, sin un adiós, sin un beso, sin un abrazo, sin una mano consoladora.
Quisiera también ofrendar este momento, a todas aquellas personas que han estado y siguen siendo, los ángeles terrenales, paliando los sufrimientos, estando en primera fila y gestionando los malos momentos de aquella primavera aciaga, de calles solitarias y de malos vientos. Sirvan estas flores y esta pieza musical, como un reconocimiento sublime y agradecido. Va por ustedes, por ellos y por la humanidad.
HECHURA DE LA VIRGEN DEL ROSARIO,
UN RECUERDO AGRADECIDO Y UN AMOR ETERNO
Dibujen un azul de Murillo Inmaculada, un verde de alcornoque de un parque natural, otro azul de la mar de la Bahía, un rosáceo como el que pinta el más bello de los atardeceres en un cielo barreño, un azul verdino como el del agua del río que cruzara antaño por este pueblo, un dorado como el que dibujara la naturaleza en una piedra con forma de Montera o como el que proyecta el sol en los cantos de una vieja torre campanario, testigo del ayer, seña y vigía de un pueblo. Pongan una cara de niña barreña en una hechura de talla pequeña, una sonrisa, un rostro de ternura, unas perlas engarzadas bajo forma de Rosario, las que a un ángel se le cayera.
Pongan una corona de Reina o una diadema de doce estrellas, un niño agarrado en su regazo, mientras su mano, acariciando su cuello, nos dice
que por ahí no ha pasado el pecado. Y pongan un pueblo, sencillamente un pueblo al que, como de alguna manera había que llamarlo, se le ocurrió a aquella sencilla y noble gente de ponerle por nombre “Los Barrios”, relicario que aguarda a esta Doncella Nazarena que acabo de describir y que tiene por nombre Rosario. Por eso, ad maiorem gloriam Dei, en este pueblo tuyo y mío, desde Tinoco a Benharás, proclamamos los días del gozo, los días en que esta tierra se vuelve cielo, la noche se vuelve día y la vida más verdad. Proclamamos los días marianos en los que, a una Madre, Santa y Buena, por Patrona, veneramos.
Pero en estos días grandes, todo es lo mismo que entonces pero nada es igual. La Virgen sigue siendo la misma. Incluso estas viejas paredes que la aguardan. Tal vez seamos nosotros los que hayamos cambiado y no seamos los mismos. Quizás, estos tiempos locos donde las mentiras se quedan y las verdades pasan y el laicismo de una sociedad que niega todos los principios, valores y éticos, que pone en duda la humanidad más humana, una sociedad que niega una verdad antropológica como es la dimensión espiritual del ser humano, nos haya cambiado. El tiempo, sólo el tiempo, tal vez, nos empuje a volver.
A veces, para saborear lo que un día fuimos, para paladear nuestra humanidad más humana, para volver a vivir nuestras tradiciones y aquello que nos define como pueblo, sólo nos queda sumergirnos en el sueño de un recuerdo. Y en la memoria de ese sueño, están los que nos marcaron en el camino de la Fe y del sentimiento, los artesanos y artistas que hicieron grandes estos días tan marianos como barreños. Yo, ahora, querido amigo, hago que te fijes en ese banco y en aquel otro. Y están María Antonia y María Téllez, Paca Gil, las costureras, las hermanas Pino, Milagro Barroso y Manolito Calderón, Juana García, María Vargas, Juanita la de Don Luís y Toñi la hermana del padre Juan José y Paca Valdivia, María Gómez, Inés la de Benito, Paca Gallego y Ana María Gutiérrez. Y tantos otros que nos precedieron. Espíritus grandes del pasar sereno, que dedicaron sus vidas a hacer verdad esta fe tan nuestra, que envejecieron y un día murieron.
Mañanas de latines, de rosarios, de nardos por ofrendas, la flor de la Virgen, de cantos, de salves, de oraciones que hablaban de un pueblo.
Una Fe sencilla como sencillos eran sus corazones abiertos. Eran otras las
costumbres. Eran otros momentos. Soplos de vida en el tiempo. Tiempos
que cambian y nosotros con ellos. No pretendo que volvamos atrás, ni que nos vistamos de añoranzas, colores sepia del recuerdo. Pretendo que
despertemos, que nos duela lo que es nuestro, que vivamos estos días con marianos sentimientos, al ejemplo de otros pueblos, envidia del forastero y de este pregonero.
Lo que no debe cambiar, jamás, es nuestra devoción a nuestra Virgen del Rosario. Por eso, barreños y barreñas, ¿para cuándo una novena a nuestra Patrona? Yo sé que la Virgen no necesita nuestras alabanzas ni nuestras bendiciones la enriquecen. Pero nosotros sí la necesitamos a Ella y la necesita este pueblo que es el suyo, que es el nuestro. Y necesitamos pedirle y ofrecerle y cantarle y rezarle a nuestra manera, como sabe hacerlo Andalucía, con cantos y plegarias que saben a su gente, que saben a esta Tierra, la tierra de María Santísima, ¿habrá galanura más bella?
Y porque una Madre lo es todo para un hijo, todo es poco cuando se trata de honrar a una Madre. Se para el tiempo y el mundo con él. Se abrazan las estrellas y se desnudan los mares, florecen los campos y vuelan alto las parleras aves. La vida se pinta de verdad y el amor humano se vuelve inmortal. Ay el amor, ¿qué saben estos tiempos de amores? Si el amor más grande que hay es el del amor si es amor infinito.
Hay amores ciertos y otros engañosos, amores fugaces y amor duradero, unos respondidos y otros ignorados, los hay conocidos y los hay secretos. Amor intangible y amores concretos. Amores felices y amores molestos. Unos, legendarios, otros, olvidables y, otros, ya veremos.
Amores cansados de tanto luchar y, otros, naciendo y fraguándose a la
orilla del mar.
Y luego, tu amor, tierno, inmortal, discreto, infinito, eterno, que no negocia ni pone precio, que salta distancias y atraviesa el tiempo, que nos enamora y nos vuelve imagen del Amor Eterno. No hay amor más puro que pueda encontrar y aunque me difamen, no lo cambio por riquezas, no lo vendo por vanidad.
Por eso, todo es poco cuando se trata de querer a una Madre, la flor más galana; azucena, buganvilla, jazmín, jacaranda, del jardín, la bella rosa, de las mujeres, la soberana, Gioconda divinizada, la que es Reina de este pueblo en el resplandor de la mañana. Destello de dulzura, primavera y madrugada. Nardo blanco de septiembre ¿habrá flor más mariana? Que todo es poco para su Nombre, para su Rostro y para su Talle. Por eso, que donde se ponga una Madre, que el mundo entero se calle.
EL OLOR DE LA VIRGEN, OLOR DE MADRE
Que Dios te salve, María, Reina, Madre y Soberana. En derredor a tu cuerpo, y en este templo, que es tu casa, ¡qué perfume se derrama! Le pasa a nuestra Patrona lo mismo que a nuestras madres, lo mismo que a nuestras casas ¡qué perfume, qué fragancia! Cuando llegamos a nuestro hogar, aquel que nos vio nacer, todo huele tan distinto, huele a infancia, huele a madre, huele a tiempos del ayer. Huele a patio de vecinos, a ropa recién planchá, a corazón entregado, huele horno, huele a dulces, huele a mesa compartida, huele a vida, huele a verdad. ¿Habrá aroma más peculiar?
Pues tiene nuestra patrona un olor que es especial, cuando venimos a Ella, cuando le venimos a rezar. Que no es el de los nardos, ni el que segrega el azahar, ni el que desprende el pan caliente de Maruja o el de la calle Soledad. Tampoco el de los chicharrones recién hechos. Ni el que
desprendiera los licores de Cózar, una pena, la verdad. Ni siquiera el de los pasteles de la Plata, aunque no nos vamos a engañar, huelen de maravilla y saben que es pa rabiar.
Que es fragancia bien distinta. Perfume de calidad. Huele a Madre, huele a hogar. Esto hace nuestra Patrona cuando acudimos hasta sus plantas, cuando entramos en el templo y vemos su dulce mirada. Hace que la llamemos “Madre” y Ella, al escuchar tan bella palabra, por su rostro de ternura, de miel se le caen dos lágrimas.
Que no hay olor más bello, ni fragancia sin igual, que el aroma de una Madre, de su vida desgastá. Que nunca nos olvidemos de tenerte por
nuestra Madre y llamarte por ese nombre, ese que todo lo sabe, cuando
lágrimas derramemos o nuestras naves naufraguen, cuando la vida nos
sonría o nuestros sueños fracasen. En cualquier caso, que el aroma de
nuestras vidas, sea el tuyo, Madre querida, que oliendo a lo que tú hueles, seremos un mejor pueblo, seremos mejores gentes.
Que la Virgen huele a Madre, a su vida y a su gente. Que no es literatura, que es verdad pura. Ya lo dijo bellamente aquel fraile castellano que, con arte y hermosura, sus palabras deleitaron a un convento lleno gente en los días gaditanos. Convento de santo Domingo, Barrio de Santa María, cerquita de calle Plocia, entre nardos y cantes por alegrías. Dijo el fraile dominico unos versos a María, recordando con detalle su bendita genealogía. ¿Qué a qué huele nuestra patrona? ¿Qué quién es la del Rosario? Escuchen la algarabía de cómo terminó la homilía Fray Pascual, el castellano. Palabras que hago mías y hoy os la regalo, pa que nunca se nos olvide que quién es la que preside este altar tan soberano.
“Ramito de mejorana,
varo de nardo, clavel,
hija de Joaquín y Ana,
prima de Santa Isabel,
Rosario, barreña y gaditana,
¿algo más se puede ser?”
UNA ÚLTIMA PLEGARIA
Tal vez sea la hora de terminar, de decir adiós a este momento a tu
vera que mereció la pena. Tal vez sea el tiempo de despedirme contigo, de quedarme a un lado, de cerrar estos versos que te he escrito a mi manera, de entregarte mi alma, mis gozos y fracasos, mi vida entera.
Quizás, un último deseo, una última plegaria con el bello de punta en
el alma. Aumenta nuestra fe, aquella que consuela territorios desolados por el llanto, la que brinda al hombre la esperanza de cada amanecida.
Ayúdanos a enfrentarnos al frío mundo de los indolentes, a los que violan
almas inocentes, a los que negocian con la dignidad de tanta pobre gente.
Tanto visitante de la muerte. Ayúdanos a denunciar a tantos Judas, a tantos fariseos que pasean a sus anchas. Fantasmas inhumanos. Vendedores de desgracias.
Quizás a los católicos nos convendría ser más cristianos y más
humanos de lo que somos, pero eso es ya otro tema, otra cantinela, mi
Virgen de la Esperanza.
Abrázanos y, con ese abrazo, recuérdanos que sólo llegamos para vivir.
No a luchar, ni a ganar, ni a perder, ni a morir. En todo caso, a morir viviendo y a vivir muriendo, siendo para los demás, cultivando la ternura,
el respeto y la bondad. Que el mundo sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, donde todos encuentren en él un motivo para seguir esperando.
Bésanos, Madre, y con ese beso, haznos entender de una vez por todas, que aquí estamos de paso y que nada nos llevaremos, sólo el amor que recibamos y el amor que regalemos. Que vayamos a la Tierra como vinimos a ella. La Tierra, la bendita Madre Tierra donde lo que nace se
transforma y muere, donde lo que muere, se transforma y nace. Que
vayamos al Encuentro sin sayal de nadie, solamente con las buenas obras y el recuerdo grato de las amistades.
Un último deseo, una última plegaria. Tú que eres Madre de todos, Rosario de mi pasión, inclina tu amor eterno sobre Los Barrios, mi pueblo, mi admiración. Arrópalo bajo tu manto y acaricia sus mejillas, enjuga todas sus lágrimas y bendice a sus familias. Con tus manos de consuelo, de ternura y compasión, fortalece a los que sufren. Sé bálsamo en su dolor.
Tú que eres Madre de todos, la que el Cielo mismo escogió, protege a los
que nacieron y a los mayores, bendícelos.
Gracias, Madre barreña, por seguir intercediendo por todos y cada uno de los hijos de este pueblo.
He dicho. Perdón y mil gracias